domingo, 9 de diciembre de 2012

Los hijos y el nuevo mundo que se avecina


Por mucho tiempo hemos deseado que el mundo sea diferente a lo que actualmente es. En alguna medida, todos esperamos que las personas en la tierra seamos más amables, mas amorosas, más honestas y más felices.

Tenemos la tentación de creer que alguien tendría que hacer algo para acercarnos más al bienestar de la humanidad, pero lo cierto es que este depende de la vibración personal de cada uno de nosotros. Cada granito de arena conforma toda la arena de la playa.

En el enorme y vasto océano no parece relevante una gotita de agua, pero aunque nuestros ojos físicos y nuestro sentido común nos puedan engañar, la vibración de cada Ser en este planeta tiene una gran importancia y un gran valor. Una sola persona puede ser capaz de activar un gran cambio y si son varias mucho mejor.

Nuestros amados hijos llegan a este mundo con algunas tareas por cumplir y nosotros somos participes y colaboradores para que ellos puedan hacer su personal aporte. El encuentro entre las generaciones de padres e hijos a veces parece complicado, pero si prestamos atención, no lo es tanto. Más bien, los inconvenientes que se pueden presentar se deben a la resistencia que los adultos interponemos entre ellos y nosotros.

Nuestros hijos nacen más cercanos al amor que al miedo. Siendo pequeños, ellos son especialmente abiertos y confiados, son dulces y amorosos, tienen sensibilidad y miran a todas las personas libremente. Ellos están más cerca que nosotros de ese mundo que anhelamos internamente.

Es deseable que seamos capaces de aprender de ellos en vez de insistir en que ellos se parezcan a nosotros. Los adultos que no hemos tenido aun el privilegio del despertar espiritual, podemos tener la posibilidad de acercarnos a él por medio de la observación y la adaptación de muchas de las características de nuestros pequeños hijos.

Muchas veces no consideramos sus actos u opiniones ingenuas precisamente porque las catalogamos de ingenuas. Sin embargo, podríamos recibir grandes lecciones de la más elevada espiritualidad al escucharlos y meditar en sus ideas y conceptos.

En estos tiempos los niños nacen cada vez más despiertos y muchos padres son sorprendidos con sus palabras llenas de sabiduría. A veces los padres nos sentimos muy extraños porque en el fondo sabemos que ellos están expresando verdades profundas, pero nos cuesta mucho aceptarlas porque parecen sacadas de cuentos de hadas y pensamos que no son aplicables a la vida común de las personas en este planeta.
Por ejemplo, los niños saben que todos los bienes materiales les pertenecen por derecho y nosotros nos empeñamos en demostrarles que ganarse la vida es difícil, que se debe trabajar duramente y que se deben preparar mucho para conseguirlo. Muy rápidamente comenzamos a enseñarles lo que pensamos que es verdad y muchas veces los alejamos de la verdad.

Los hijos que llegan a la adolescencia en medio de una rebeldía que no parece tener sentido, tiene todo el sentido que se merece. Los jóvenes rebeldes están haciendo una queja porque han descubierto que tal o cual situación puede ser diferente y más amorosa. Pero, cuando han llegado a la rebeldía, es porque ya están protestando por la injusticia de haber sido privados de la oportunidad que tenían para demostrar que sus ideas eran más cercanas a la realidad.

Un joven rebelde ya está internamente alcanzado por la frustración generada por los adultos represivos. Un joven que ha conservado sus ideales y trabaja por medio del amor en sus sueños, es un ser humano al cual se le ha otorgado y respetado su derecho a Ser.

La represión de un ser humano sobre otro solo acarrea dolor. Eso también es válido entre padres e hijos. No es fácil flexibilizarnos cuando hemos sido educados bajo represión, pero esa es la meta. Encontrar un término medio entre lo que esperamos de nuestros hijos y el aporte que ellos por propia misión de vida traen para cumplir aquí.

Cada vez que nos suavizamos, buscamos la comprensión y el entendimiento con nuestros hijos, estamos dando la oportunidad para que ellos nos aporten  todo lo hermoso que traen de regalo a esta humanidad. Nuestro futuro tan anhelado de paz, armonía y felicidad está en las manos de nuestros hijos y podemos comenzar a prestar más atención a sus mensajes del nuevo mundo que se avecina, aunque de momento no lo creamos aplicable a la realidad.

Patricia González.

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viernes, 2 de noviembre de 2012

Los padres preocupados


Es muy natural que los padres, especialmente las madres, se preocupen mucho por el bienestar de sus hijos. En los niveles más elevados la preocupación no existe, pero para el común de las personas no existe la vida sin preocupación. Pensamos que preocuparnos es una virtud, cuando en realidad la preocupación es una actividad que se podría transformar en ocupación, logrando realmente el objetivo que perseguimos estando en estado de preocupación.

Al fin de cuentas, decirle a una madre que no se preocupe, es como decirle que se olvide de su hijo. Lo tenemos tan internalizado que el solo hecho de imaginarlo parece una locura. Pero al menos trataremos de ver que existen dos tipos de preocupaciones y que una es mucho menos dañina que la otra.

Existe la preocupación de que algo malo les pueda suceder a los hijos y existe la preocupación de querer lo bueno para los hijos. Ambas parecen ser lo mismo o muy parecidas, pero son muy distintas en su base. Entre estas dos alternativas la segunda es la menos dañina.

El solo hecho de estar pensando en cosas desagradables que puedan suceder o afectar a nuestros hijos es una actividad mental que tiene sus consecuencias a nivel energético que no ayuda y no puede ayudar a evitar nada. Este tipo de preocupación, más bien, centra las energías en esa posibilidad que queremos evitar, provocando el efecto contrario a lo deseado. Esta actividad puede ser expresada verbalmente a los hijos o solamente puede ser un rumiar de pensamientos y sentimientos que tenemos internamente en el más absoluto silencio. En ambos casos el efecto es igual. Lo expresemos o no verbalmente, el efecto se hace sentir de todas maneras.

Cada vez que decimos “no quiero que le pase esto a mi hijo”, aumentamos las probabilidades de que eso suceda. Mientras más centramos las energías en ese hecho, mas aumentamos la probabilidad de que se convierta en una profecía auto cumplida. Esto es explicable por la ley de atracción que señala que todo aquello que alimentamos, es lo que se manifiesta. Cuando se maquina este tipo de preocupaciones al interior del corazón de la madre, las energías son liberadas y dirigidas al hijo, quien las recibe con poca resistencia debido al lazo tan estrecho que tiene con ella.

Muchas veces los adolescentes, que ya tienen cierto criterio personal formado, oponen resistencia a este tipo de energías de preocupación por algo malo. Y debido a la ceguera de sus padres, ellos muchas veces son catalogados de rebeldes sin causa. Los jóvenes pueden sentir las energías de baja vibración que recaen en ellos y saben que algo no anda bien, aunque a veces no saben exactamente de qué se trata, sienten un inexplicable impulso a resistir. Muchos de los padres redoblan sus argumentos aumentando aun más sus miedos internos al seguir observando más rebeldía de parte de sus hijos. Por razones personales, cuando me encuentro con este escenario, se me conmueve el corazón.

Las madres al menos pueden dedicarse a preocupase por desear que a sus hijos todo les resulte muy bien, fácil y agradable. Este tipo de preocupación puede hacer que las energías sumen en vez de restar. Cualquier persona necesita aliento y quien mejor que una madre para entregarlo a su hijo debido al cercano lazo que los une. Un hijo que siente esta energía de preocupación de su madre, sabrá que está demás, pero al menos la agradecerá. Ese hijo tendrá la capacidad para comprender que su madre desea su bien y se dará cuenta de que se desvela más de la cuenta, pero lo recibirá con amor.

Para el amor incondicional no existen las preocupaciones, pero mientras nos acercamos a experimentarlo, al menos podemos intentar preocuparnos por desear cosas buenas a los hijos. Si pudiéramos medir la dimensión del daño que hacemos a los hijos cuando les expresamos las preocupaciones de que algo malo les puede pasar, nunca lo haríamos. Estas energías los empapan de una pesadez que a veces cargan por toda la vida, impidiendo que se expresen libres y confiadamente en la vida. Las energías de pesadez pueden afectar todas las áreas que necesita desarrollar el niño, impidiendo que se realice y que alcance su propio bienestar, consiguiendo justamente lo que queríamos evitar originalmente. 

Cuando te encuentres maquinado desastres relacionados a tus hijos, puedes detenerte de inmediato, asumiendo que eso no te llevará, a ti y a tu hijo, a ningún resultado favorable. Pide que la calma llegue a tu mente, que el amor se manifieste con hermosos deseos para ellos. Pide que tus pensamientos sean cambiados y transmutados y diseña los mejores escenarios posibles y trata de comunicarlo a tu hijo. En todo caso, no será necesario que lo exprese verbalmente. Debido al estrecho lazo que tienes a tu hijo, él recibirá el mensaje sin necesidad de que hables y lo agradecerá con amor.

Patricia González.

Tu Coach para realizar los cambios que deseas:  patricia@yovivo.cl

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miércoles, 10 de octubre de 2012

La misión de los hijos



Es natural que los padres deseen la felicidad y el éxito a sus hijos. También es natural que dediquemos nuestros pensamientos a tratar de descubrir qué enseñanzas transmitirles, qué recomendaciones hacerles y qué hacer para que ellos disfruten de su vida. Los hijos siempre nos presentan nuevos escenarios y mientras más crecen, más amplio se hace el abanico de los temas involucrados. Muchas veces nos sentimos poco preparados para tanta tarea.

No podemos desconocer que la responsabilidad de criar a nuestros hijos nos puede desvelar, pero también es verdad que tanto ellos, como nosotros, no nos encontramos en esta vida por casualidad. Los hijos elijen a sus padres para experimentar ciertas circunstancias como aprendizaje de sus almas y los padres se convierten en colaboradores para ese aprendizaje. Se produce una sinergia que está orientada a superar ciertas limitaciones arrastradas por el clan familiar. Estas limitaciones no son problemas que se han interpuesto para evitar la felicidad de ambas partes, más bien, son peldaños que antes no fueron superados y que se presentan nuevamente para que esta vez sí puedan ser superados.

Así, cada hijo que viene al mundo traerá una misión para sanar heridas heredadas de la familia o para colaborar a la superación de ciertas limitaciones que aun están pendientes, de tal manera, que todos los inconvenientes que nos encontremos en la crianza de los hijos es perfectamente entendible y explicable si descubrimos cual es esa misión.

Cuando nos encontramos con desafíos difíciles con los hijos, tenemos la tendencia a sentirnos culpables como padres, pensando que algo hemos hecho mal. Sin embargo, desde una perspectiva mas elevada, eso era justamente lo que se esperaba que sucediera y la meta se trasforma en analizar los temas y tratar de comprender el contexto completo de la familia que puede venir arrastrándose hasta de una cuarta generación.  Todo inconveniente vivido en esta generación familiar es consecuencia de anteriores emociones y experiencias evaluadas como negativas que se vivieron antiguamente, que quedaron estancadas y sin aclarar. Algunas son muy livianas y muy fáciles de superar, pero otras son muy densas y profundas.

Cada situación que se nos presente con los hijos tiene una historia que la sustenta. Es de vital importancia darse cuenta de que ninguna de las dos partes está haciendo algo erróneo o cometiendo un pecado. Simplemente se trata de un desencadenante natural. En todos los casos no existen culpables, ni por parte de los hijos, ni por parte de los padres. Quedarse atrapados en las culpas y en los juicios solo retrasa el aprendizaje y la evolución. La vida no espera que nos quedemos detenidos, a ella le interesa que logremos superarnos y que aportemos con nuestro granito de arena a la felicidad de nuestros hijos y la sanación de todos, incluyendo a los padres y hasta las anteriores generaciones.

De estas situaciones nacen las misiones de vida. Dependiendo de cada desafío, se presentan oportunidades para trabajar, para crecer, para comprender, para aceptar y/o perdonar lo que había quedado atascado. La dicha de los hijos y la dicha de los padres quedan al alcance de la mano si comprendemos que nuestra tarea consiste en ser capaces de solucionar y de sanar. Sea como sea el problema que pensemos tener en la crianza de los hijos, éste en realidad no es un problema. Es el impulso de la vida que nos introduce una meta que cumplir. Todo desafío entonces se convierte en una oportunidad para crecer, en una única y exclusiva posibilidad de ser felices. Todo desafío superado se trasforma en dicha, una dicha que no puede provenir de ninguna otra actividad humana. Toda misión cumplida nos aporta una dicha indescriptible.

Tanto para los padres, como para los hijos, no existen razones para sufrir. Aun sin haber terminado de comprender cuales son las soluciones a los problemas, podemos descansar y sentirnos tranquilos porque nada de lo que sucede es una sorpresa desagradable de la vida, ni de los hijos, ni de los padres. Más bien son las consecuencias de lo que ya venía disponible para trabajarse. Entonces, poner manos a la obra es la única salida. Cada paso en la solución y en la sanación, va aportando dicha al camino.

Cuando aceptamos que todo lo que sucede es para un fin superior, no perdemos la perspectiva y nos podemos orientar en las verdaderas soluciones. Tratar de presionar a los hijos para que hagan o para que no hagan, es inútil. Es más asertivo tratar de comprender por qué sucede todo eso y cuál es el mensaje que trae esta situación. Lo mismo con los padres, culpar, juzgar y odiar a los padres por tal o cual razón detiene el proceso de sanación. Es más útil tratar de comprender cuál es la lección que se esconde detrás de todo ese drama. Todo lo que sucede tiene una razón y una finalidad. Al fin de cuentas, esa es la misión, se trata de descubrirla y sanar.

Cuando comenzamos a ver los sucesos familiares con los ojos del entendimiento, las cosas se aclaran y dejamos de desvelarnos por las noches. La claridad nos aporta serenidad y con ella somos más inteligentes. Con la inteligencia descubrimos el propósito y con ella la felicidad para todos.

Patricia González
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domingo, 26 de agosto de 2012

Los niños programados




Cuando somos niños, es cuando más estamos abiertos a recibir la información del medio que nos rodea para crear las bases de la personalidad y formar una guía de valores que nos ayudarán a encontrar el propio camino. Sin embargo, muchas veces, las ideas que la sociedad y los padres entregan a los niños no están favoreciendo los pilares de la libertad y del desarrollo de SER. Más bien, están enfocadas a tratar de enfrascar a los hijos en el mismo sistema de creencias reinantes, para seguir la misma estructura, debido a que pensamos que la vida tiene que ser así, tal cual la conocemos hoy.

Cada niño es una propuesta nueva y por eso muchas veces tenemos dificultades para comprender lo que ellos pueden estar siendo y haciendo, o lo que puedan plantear y opinar. El adulto tiende a pensar que sabe como guiar a su hijo, pero siempre puede tener la oportunidad de aprender algo nuevo con él, con el niño y con el adolescente, porque ellos vienen a refrescar la vida.

Es muy común confundir la entrega de información y el traspaso de valores con una programación. Programar a un ser humano no es la finalidad. La finalidad de la crianza de los hijos es amarlos para que se desarrollen libremente, para que descubran su propio potencial y sus propios valores. Evidentemente que no nos resulta sencillo hacer esto debido a que los padres no han aprendido a amarse y a respetar su propia libertad.

Los hijos se convierten en una oportunidad para observar la propia programación guardada en la mente de sus padres. Muchas veces, sin mucho análisis, sentimos que nuestros hijos pueden estar equivocados, cuando somos nosotros los que no estamos aceptando la apertura a más amor interno del SER.

Es importante darse cuenta de que las fronteras de los adultos están mas estrechas que la de los niños y este solo hecho es suficiente para detenerse a pensar y mirar dentro nuestro, para descartar que los inconvenientes que tenemos con ellos sean producto de una cerrazón de nuestro propio corazón y un intento para implantar nuestra propia programación en las mentes de nuestros hijos.

Programar es manipular y todo intento de manipulación creará dolor, porque el ser humano es libre por naturaleza. Un niño, aun sin saber qué es lo que sucede, advierte con mucha claridad cuando sus padres, profesores u otro adulto que interacciona con él, trata de manipularlo. Todo niño sabe internamente que es libre y siente la manipulación como un quiebre en su sistema energético que lo desestabiliza, pudiendo reflejar este efecto en varios desajustes de su personalidad y optar por revelarse o por la sumisión.

Los padres creen advertir lo que quieren transmitir a sus hijos, pero muchas veces no alcanzan a visualizar que están siendo participes de un intento de traspasar a sus hijos un sinfín de programación basada en el miedo, en los ideales antiguos de la cultura, en los vicios de la educación y en las imperfectas ideas sociales. De esta manera postergan el amor y el respeto a su propio SER por ideas que solo pueden estrechar su grado de libertad.

El mayor inconveniente se encuentra en el temor a que los hijos puedan mal aprovechar su libertad, creyendo que ellos no serán capaces de gobernar sus propias acciones, que no sabrán decidir por su bien, que no podrán sostenerse alineados al bien. Sin embargo, a estas alturas de la evolución, ya advertimos que cada ser humano viene dotado de una guía de referencia y que está basada en el amor. En este sentido, los padres no tienen el deber de enseñar algo tan innato como esto, más bien tienen el deber de respetar, velar y hacer todo lo posible por mantener y contener la vida de sus hijos en un medio repleto de amor. Mientras mas amor, mejor. Los niños no necesitan nada especial de sus padres, ellos solo necesitan la libertad del amor perfecto de la Fuente que vela eternamente por su bien. Bajo los cuidados del amor divino un hijo no puede perderse jamás, todo lo contrario, el amor es lo único que puede permitirle que se encuentre a sí mismo.

Muchas veces queremos trasmitir a nuestros hijos ideas que creemos que son verdad y que en realidad son falsedades transmitidas de generación en generación. Esta es la causa de que los males familiares se transmitan. Las nuevas generaciones no tienen la oportunidad de generar los cambios cuando los padres insisten en saber la verdad e intentan implantarla a sus hijos. Entonces los convertimos en meras marionetas que siguen los mismos patrones que causan dolor.

Cada niño tiene el derecho a liberarse de la programación y de las falsas ideas implantadas en la sociedad. Todo lo que queramos implantar en ellos es dañino. Todo lo que contiene la cultura son solo ideas que acumulamos con el tiempo que no guardan relación con la verdad, porque no son ideas autenticas del interior de cada individuo.

Un ser mas evolucionado tiene la posibilidad de elegir lo que quiere acepar en su mente. Podemos hablar a nuestros hijos de cualquier tema: de religión, de sexo, de política, de educación, de costumbres culturales, de nuestros ideales, de los ideales de la sociedad, pero no podemos presionar o intentar implantar aquellas ideas sobre los hijos para que dejen de ser dueños de su vida y se conviertan en seres dormidos que siguen a la multitud con todos los vicios que ella tiene. Ellos tienen derecho a ser dueños de sus vidas, correr el riesgo a equivocarse y aprender de sus experiencias.

Todos estos temas están siendo fuertemente sacudidos por cambios intensos en estos tiempos. Lo que antes era inamovible, ahora es perfectamente modificable. Todo es mejorable.

Pero, ¿cómo cambiar si no sabemos lo que reemplaza a esas ideas antiguas?. Hay una guía, una guía que nunca fallará: intentar que la vida de nuestros hijos sea la más feliz posible. Aquí no caben los miedos, el temor a Dios, los deberes, los esfuerzos extremos, los castigos, los juicios, las criticas, el abuso de poder, las ideas pesimistas, transmitirles las ideas de escasez,  tratarlos de ignorantes, ridiculizarlos, desprestigiarlos, aplacar sus ideales, limitar la expresión de sus pensamientos, de sus emociones y de sus sueños por mejorar el mundo.

Solo lo que nazca desde el interior de nuestros hijos los hará auténticos y libres. Todo lo que queremos transmitirles (aunque sean muy buenas intensiones) los esclaviza, los vuelve dependientes, dominados por las ideas ajenas programas por alguien. Todo esto no puede darles ni éxito, ni felicidad, que es lo que intentamos conseguir con nuestra intervención.

Patricia González
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viernes, 29 de junio de 2012

Los hijos nos muestran lo que falta por superar


Nuestros hijos son seres divinos que vienen a experimentar su propio camino, el que puede no coincidir con nuestras aspiraciones. Nuestras expectativas hacia ellos a veces nos impulsan a crear planes diseñados con mucho detalle y otras veces no tanto, pero, generalmente se encuentran ubicadas en algún escenario de lo que pensamos que es bueno para ellos.

La mayoría de los padres tienen presente, en su corazón y en su mente, algunas líneas conductoras para educar a sus hijos de tal manera que aseguren su bienestar y su adaptación al medio social y laboral cuando sean adultos. Algunos padres pueden ser muy relajados a la hora de implantar sus propias anhelos, ideas y planes para sus hijos y otros serán extraentemente exigentes en este sentido. Sin embargo, lo cierto es que los hijos serán muy influenciados por los padres se quiera o no y en forma consciente o inconsciente. Los padres, a su vez, han sido influenciados por sus propios padres y la cadena que recae en la educación de los hijos viene a extenderse más allá de lo que puede estar al alcance de nuestra corta visión.

Cada familia es un mundo en sí mismo, ninguna igual a la otra. La crianza de los hijos es una aventura que puede darnos resultados sorprendentes o también muchas veces  desalentadores si no consideramos toda la historia que viene transmitida detrás de lo que podemos observar, originada de generación en generación. Cada núcleo familiar carga con muchas experiencias, agradables y desagradables, traumáticas y valerosas, afortunadas y desafortunadas, las que crean un ambiente muy particular a cada niño. Sin embargo, cada niño viene a vivir exactamente esa experiencia, bajo esas condiciones y esas influencias.

Si los hijos no calzan con lo que esperábamos de ellos, eso está perfecto así. Esto no quiere decir que eso sea lo mejor para ellos y para los padres, solo quiere decir que esos inconvenientes que se puedan presentar serán los obstáculos adecuados para sacar a relucir el poder interior que cada uno de ellos trae consigo. Así la vida se ha manifestado en ellos para venir a aportar con su propia visón y misión, para mejorar la evolución de la humanidad. Si se aborda esto con sabiduría, el mundo quedará mejor después de haber superado las lecciones que esto pueda presentarnos. El dolor que se puede experimentar en estas situaciones puede ser el mejor compañero de viaje, si con él y por él, nos decidimos a avanzar más allá de las formas aparentes y superar las viejas e inútiles cargas de las antiguas generaciones.

Sea lo que sea que le sucede a nuestros hijos, desde lo que llamamos más fuerte como suicidio, drogadicción o violaciones, hasta lo que llamamos más leve como obesidad, mal comportamiento, vagancia, nerviosismo, baja autoestima y otros, tiene una explicación lógica basada en la evolución de la conciencia. En realidad no pasa nada más grave que tener al frente de nuestros ojos la posibilidad de limpiar las energías de baja vibración acumuladas y heredadas de muchas experiencias pasadas. Si algunas familias ya no viven estos sucesos tan intensamente, es porque han ido haciendo el trabajo más adelantadas que otras, pero todos nos tendremos que dar a la tarea, sin importar el tiempo que se requiera en ello, hasta conseguir el paso a otra más amorosa y evolucionada forma de vida.

Los hijos no son los responsables directos de lo que les esté ocurriendo en este momento, es la evolución. Aquí no existen culpables de ningún tipo, pero existe la posibilidad de aportar soluciones, avances, logros, limpieza, entendimiento y evolución a grandes problemas arrastrados en las constelaciones familiares. Si dejamos de lado esta oportunidad, la vida la volverá a presentar nuevamente en nuevos hijos que vendrán a intentar alcanzar lo que antes no se logró, repitiendo las historias hasta que alguno de ellos, en conjunto con su padres, se haga cargo  y le de punto final a tal situación.

El libro Un Curso de Milagros dice “la salvación del mundo depende de ti”. En el fondo, detrás de cada papel que interpretamos en la familia, como padres o hijos, se encuentra ese SER inmutable que puede cumplir con semejante responsabilidad de salvar al mundo. Ninguno es culpable ni pecador y todos somos portadores del amor del Padre que desea sanar las heridas que aun acostumbramos a hacemos unos con otros.

Cuando los hijos no son lo que hemos esperado que sean, existen poderosas razones que sustentan este hecho. Presionar, culpar, cuestionar, criticar, juzgar y castigar a los hijos por estas situaciones no colabora a su resolución, más bien se perpetuán o las empeora. La resolución de temas tan profundos como estos pasa por abrirse al entendimiento y por llevar la claridad de la luz a la maraña que los sostienen. Los primeros rayos de luz nos mostraran a nuestros hijos como grandes seres divinos y perfectos tratando de realizar una tarea pendiente que posiblemente nosotros como padres no hemos podido trascender aun. A través de ellos podemos ver lo que falta por completar en el rompecabezas de la vida, nos presentan una nueva posibilidad para actuar y mejorar lo que falta por mejorar. Ellos reflejan como espejos lo que aun nos queda pendiente por sanar en la familia. Los siguientes rayos de luz traerán un nuevo amanecer.

Patricia González
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lunes, 30 de abril de 2012

Los niños especiales


Ya es muy evidente la presencia de niños especiales. Se trata de aquellos niños diferentes a los que estábamos acostumbrados a ver. Estos pueden ser prácticamente de dos tipos: los introvertidos que son muy sensibles y que prefieren estar solos y aquellos extrovertidos que alteran todos los lugares donde se encuentran, especialmente en la sala de clases de la escuela.

Nuestra existencia está siendo sorprendida cada día mas con la presencia de aquellos niños que no pueden adaptarse a las condiciones que les ofrecemos y que traen un nuevo planteamiento a sus padres y a la sociedad. Generalmente las madres son las que advierten su especial forma de ser y son ellas las que más buscan la manera de comprender y de colaborar a que ellos puedan desarrollar su vida de la mejor manera.
Tanto los padres como las autoridades están comenzando a buscar las formas de acomodarse al nuevo escenario que ellos nos plantean. Hay quienes afirman que ellos sufren de algún déficit y otros plantean que ellos son más evolucionados y que son portadores de grandes cambios a la humanidad. Dos corrientes que se contraponen absolutamente.

Estos niños representan una situación especial para los educadores que se han visto en la necesidad de implementar algunas soluciones que intentan palear sus condiciones, tanto para los niños que resultan ser muy inquietos, como para los que presentan personalidades mas tímidas. Cada vez son más los colegios que cuentan con profesionales que hacen las evaluaciones y el diagnostico de sus comportamientos y que generalmente terminan en clasificar como asperger, índigo o cristal. Los padres se ven enfrentados a un panorama nuevo que no encuentra un espacio de encuentro entre las dos corrientes que explican este fenómeno.

Lo cierto es que estos niños nos están haciendo pensar, porque no se adaptan a las condiciones que les ofrecemos, especialmente en la educación formal. La educación formal se basa en un sistema de aprendizaje muy antiguo o que ha evolucionado muy lento para adaptarse a las nuevas tecnologías y nuevas mentalidades de la humanidad. Si estos sistemas tienes deficiencias para atender a los niños “normales”, esta carencia se hace aun más profunda cuando se trata de atender y responder a las nuevas condiciones que encontramos con estos niños especiales.

Hay voces que están solicitando a las autoridades crear espacios específicos para atender a estos niños con mejores condiciones. De momento cada establecimiento se basa en la información que manejan los profesionales del área que han implementado terapias que intentan adaptar a estos niños a la sociedad de modo de asegurar un normal desempeño y participación en las actividades sociales, políticas, económicas y culturales de la sociedad, en un esfuerzo por tratar de adaptar a estos niños a un sistema que ellos no pueden comprender.

Estos niños que nosotros vemos como especiales en realidad no lo son tanto. Ellos son niños que manifiestan una diferencia significativa del resto, pero que en realidad obedecen a un gradual y rápido aumento de conciencia de la humanidad. Muchos de los padres de estos niños ya han sentido que este mundo necesita algunas mejoras y ellos vienen a confirmar esa sensación. Estos padres, en cierto modo, comprenden que sus hijos tienen razón en muchas de sus actitudes. Ellos vienen a ser la continuación de una inquietud que ya estaba tímidamente en el aire y que ahora se manifiesta libremente y sin miedo.

No es posible desconocer que estos niños son muy sensibles, abiertos a expresarse más libremente, son más literales, mucho más inocentes y presentan muchas características  que bien vale la pena escuchar. Sea como sea, ellos traen algo nuevo que podemos intentar atender en vez de combatir. Hay quienes no pueden aceptar que sean portadores de una nueva verdad que ayudará a cambiar nuestro mundo, pero habría que intentarlo primero antes de tachar esta posibilidad como falsa.

Estar abiertos a nuevas formas de relacionarnos y a nuevas formas de experimentar la realidad puede llevarnos a un gran descubrimiento que puede abrir las puertas a un gran encuentro fraterno entre todos los seres de este mundo. En realidad ellos no son portadores de ningún poder sobrehumano, simplemente tienen un nivel de conciencia más elevado sobre cómo podemos relacionarnos y expresarnos en un mundo sin necesidad de utilizar nuestras acostumbradas mascaras sociales, nuestras manipulaciones y nuestros grandes intereses personales que señalan nuestro miedo a la libre expresión del SER, sin necesidad de someterse a la aprobación de la sociedad.

No podemos imaginar que se pueda vivir así tan libremente, en tanta sinceridad, sin miedo, con el corazón abierto de par en par y sin corazas, sin prejuicios que nos impidan ser amorosos y sin mentiras piadosas. Creemos que si hacemos eso estaremos en riesgo. Pensamos que si soltamos el control, los demás podrán aprovecharse de nuestra condición sin defensas. ¿Pero nos hemos preguntado que pasaría si todos fuéramos así?

El mundo cambiaría por completo

Patricia González
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lunes, 16 de abril de 2012

Honrar el libre albedrio del niño



Un niño es un ser humano pequeño, aunque a veces tenemos la tentación de pensar que viene vacio y que nosotros somos los encargados de convertirlo en ser humano. Un niño trae toda la información necesaria para vivir su vida: sus dones, su misión de vida, sus tareas pendientes (karma) y sus inquietudes para experimentar. Nosotros seremos los acompañantes de su viaje, más que los encargados de convertirlos en alguien.

La vida que viene a desarrollar el niño, está guiada por la providencia. De esta manera, los padres somos los facilitadores de sus experiencias. Sea cual sea nuestro papel, este siempre será el más adecuado. A veces sentimos mucha responsabilidad, preocupación y quizás culpa, pero todo está perfecto así como se dé. Ninguna circunstancia se debe a la suerte o la mala suerte. Todo tiene un trasfondo de mucha significación. Podemos estar tranquilos sabiendo que no estamos solos en esta increíble y hermosa tarea que a veces nos angustia.

La evolución nos va empujando a estar cada vez más enfocados a descubrir lo que somos y en eso no tenemos ninguna duda. Hemos evolucionado lentamente, pero lo hemos hecho y aun falta mucho por descubrir. Los niños son portadores de los nuevos avances, son el relevo de los que ya hemos venido y son la esperanza de seguir con los cambios para el bienestar de todos. Nosotros podemos tratar de detenerlos o podemos apoyar su fabulosa función.

Tratar de detener la evolución será una tarea fútil. Ella es muy inteligente y se las arreglará para que eso no suceda. Apoyar y favorecer los cambios es la única posibilidad y en eso los niños llevan la voz. Nosotros podemos honrar su presencia y su función tan importante para la humanidad.

Honrar el libre albedrio de los niños significa tratarlos como un ser humano importante, escuchar sus inquietudes, atender sus necesidades, acompañarlos en sus proyectos, respetar sus anhelos, ayudarlos a desarrollar sus sueños. Sus sueños son el medio de comunicación que tienen con la energía universal, son su guía y su bandera. Respetar sus sueños es respetar el orden divino.

Nuestra tarea puede enfocarse a esa sensibilidad para escuchar lo que necesitan para desarrollar sus sueños. Escucharlos no tan solo significa escuchar a aquellos niños que se encuentran felizmente encaminados en su misión de vida, sino también, significa escuchar a aquellos niños que se encuentran perturbados, confundidos, reprimidos y heridos. Estos niños también tienen mucho que decir. Ellos tienen una verdad que enunciar al mundo y un concepto de cambio que no ha sido escuchado.

Los niños que se encuentran perturbados a tan temprana edad están informando con voz muy fuerte que los estamos olvidando, estamos dejando de considerar lo que ellos necesitan, estamos desatendiéndolos y dejándolos separados para que no puedan afectar a los demás. Quizás sean ellos los que tengan el mensaje más claro del tipo de cambios que nosotros como padres y como sociedad necesitamos aceptar y permitir. Quizás sean ellos los que debieran ser atendidos con mayor prioridad. Quizás sean ellos los que nos están mostrando lo más urgente que mejorar. Ellos son el fruto de lo que hemos construido y querer separar los ojos para dejar de considerarlos es una muy poco acertada salida.

Estos no solo son los niños de familias marginales o que viven en pobreza. También son niños que teniendo a sus padres, sus atenciones y sus necesidades mínimas cubiertas, carecen del respeto de su Ser. Son aquellos a los cuales no se ha honrado su libre albedrio solo porque son niños.

Respetar el libre albedrio de los niños los prepara para que cuando sean adultos tengan la posibilidad cierta de decidir por sí mismos, guiados por una ética moral justa. Hasta la fecha muchas personas piensan que si no encierran a los niños dentro de ciertas estructuras aceptables por la sociedad, ellos corren el riesgo de separarse de lo ético y lo moral. Sin embargo, las evidencias son incuestionables, mientras más respetemos sus propios intereses, ellos mas respetaran los intereses de los demás, creando una corriente de bienestar.

Los niños que han sido sometidos a fuertes restricciones emocionales y físicas no se sentirán seguros cuando adultos. Sus decisiones no serán tomadas desde la madurez y la responsabilidad. Ellos pueden convertirse en adultos tímidos, influenciable por los demás, vulnerables o violentos, que no tendrán el equilibrio para decidir por su bien ni por el bien de los demás.

Respetar el libre albedrio de los niños puede resultar un poco complejo si nosotros mismos, los padres, no fuimos respetados en la infancia. La tarea se facilita enormemente si prestamos atención a sus expresiones físicas, especialmente en sus rostros. No es difícil darse cuenta cuando un niño se siente bien y cuando se siente mal. Podemos creer que no es posible librarlos de ciertas circunstancias, pero siempre existe una alternativa para hacer las cosas más sencillas y más agradables. Los padres podemos buscar y buscar las soluciones (cada vez hay más alternativas) hasta encontrar la mejor manera de hacer que nuestros hijos crezcan felices y fuertes emocionalmente.

Podemos prestar más atención cada vez que decimos a nuestros hijos: eso no se dice, eso no se hace, eso está mal. ¿Será eso verdad?

Patricia González
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lunes, 19 de marzo de 2012

Las malas juntas en los jóvenes


Demasiadas veces encuentro presente el temor de los padres de que sus hijos tan amados se puedan alejar de las buenas costumbres y se vayan por caminos de vicios y malas juntas. Esos temores son provocados en exageración a causa de tanta información que circula en los medios de comunicación y por algunos casos que hemos visto en familias cercanas. Los medios de comunicación son especialistas en ubicar en primera plana todo lo malo de la sociedad y los jóvenes no están fuera de este contexto. Debido a esta influencia, muchos padres se imaginan que su hijo(a) se podría descarriar solo debido a que se junta con amigos que lo puedan inducir o arrastrar a formas de vida extrañas o alejadas de su bien.

Según nosotros, las malas juntas son aquellos amigos que nuestros hijos pueden tener, cuyas costumbres y comportamientos no están ceñidos a la moral y las buenas costumbres. Dependiendo de nuestro grado de miedo, podemos ver malas juntas en muchos de los amigos de nuestros hijos, provocando mucha tensión al interior de la familia y fomentando la falta de confianza entre padres e hijos.

No podemos negar que existe la posibilidad de que nuestros hijos se vayan por mal camino, pero no será precisamente por la calidad de sus amigos. Existen  vacios de compresión y contención dentro de sus familias, espacialmente de parte de los padres,  que podrían poner en riesgo el bienestar de los hijos y son estos en realidad los responsables de que ellos puedan elegir hacer una vida rodeados de personas que no aportarán nada bueno para ellos.

Los jóvenes que se sienten presionados, abandonados, ahogados, criticados y cuestionados por parte de sus padres, preferirán compartir su vida con cualquier otra persona que sea capaz de escucharlos y darles un poco de atención. Si los jóvenes no encuentran una persona equilibrada que los pueda sostener es esta adversidad, tendrán el riesgo de juntarse con personas no convenientes, debido a que su nivel de vibración se encuentra muy bajo. Esta es la razón de que se unan a grupos o amigos que tienen baja vibración, en ellos encuentran resonancia. Un joven que se siente apoyado y amado por sus padres, tendrá una alta estima. Esta le permitirá moverse por la vida en forma más libre y segura, uniéndose a amigos y grupos que vibren en esa resonancia.

Ningún joven que se sienta perfectamente amado, respetado y honrado por sus padres (o por quien cuide de él), será susceptible de ser arrastrado a ningún lado que él no se pueda permitir. Un joven bien  equilibrado emocionalmente y espiritualmente podrá juntarse con otros jóvenes con infinidad de problemas emocionales, o de cualquier tipo, solo para tratar de ayudarlos a salir de allí. Este joven no podría caer porque sus bases se encuentran fuertes y solidas en el amor de sus padres.  Un joven que se encuentra débil  tendrá la necesidad de buscar a sus pares para completarse y por resonancia sus pares estarán tan débiles como él.

El equilibrio emocional y espiritual de un joven es alcanzado a muy temprana edad. Después de los 7 años de edad, ya han quedado marcados sus niveles de autoestima. Esto significa que los problemas que podamos visualizar en los jóvenes se han creado antes de los 7 años de edad y solo estamos viendo las consecuencias de lo que fue experimentado y almacenado en su interior hasta entonces.

Cuando los padres critican a sus hijos por sus malas juntas, ya ha pasado mucha agua bajo el puente. Para revertir esta situación, hay que hacer un doble trabajo, volver atrás, a reconstruir todo el daño emocional acumulado en esa mente tan joven que ya carga con un cumulo de dolor a veces tan inadvertido por sus padres.
El amor a nuestros hijos a veces nos puede jugar una mala pasada si no tenemos la delicadeza de ir viendo, analizando y cuidando las etapas que viven nuestros hijos. La temprana edad es muy importante para que ellos crezcan fortalecidos y sanos interiormente. Los padres siempre actuamos lo mejor que podemos y muchas veces nos ha fallado algo. Si así ha sucedido, tenemos la posibilidad de revertirlo cuando estemos dispuestos. No existen problemas que no se puedan resolver, pero hay que dedicarse a hacerlo. No sirve de mucho culpar y castigar. Esto puede hacer que la situación empeore a niveles insoportables.

Los jóvenes, aunque puedan estar muy dolidos con sus padres, son seres maravillosos. Siempre estarán dispuestos a perdonar, siempre. Si se tiene una buena conversación con ellos en paz, armonía y respeto, ellos serán los primeros en estar dispuestos a darte un abrazo y un beso. Ellos siempre están esperando a que las cosas mejoren, ellos siempre están dispuestos, mucho más que los adultos. Y cuando ellos perdonan lo hacen de verdad, no guardan rencor, ellos olvidan todo y te amarán mucho más si tienes la grandeza de reconocer que alguna vez te equivocaste.

Los hijos y los padres estanos en una escuela, la escuela de la vida. Ambos podemos aprender de ambos. Aunque seamos adultos podemos alguna vez estar equivocados en relación a nuestros hijos.

Patricia González
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martes, 13 de marzo de 2012

Cuando los niños no quieren comer


Es legítima la preocupación de los padres cuando ven que sus hijos se resisten a comer o simplemente no quieren ingerir alimento ninguno. Los padres saben que si un cuerpo físico no es alimentado se debilitará o enfermará y eso genera mucho temor. Con mayor razón si se trata de nuestros hijos pequeños. Por lo general, los padres se sienten muy angustiados y esta angustia se apodera de su calma hasta hacer saber al niño que se está brindando una verdadera batalla entre que “comes o te enfermas”.

Un niño es un Ser que puede decidir dejar de comer por varias razones. Por lo general, un niño que se resiste a comer está expresando una protesta que nada tiene que ver con querer enfermar, todo lo contrario, está queriendo informar que algo no está bien en su ambiente y quiere que eso se haga notar. Esto tiene una connotación absolutamente diferente a nuestra preocupación, el niño está queriendo colaborar para hacer su vida más llevadera y no tiene ninguna intención de deteriorar su salud.

Algunos niños pueden resistirse a comer cuando enfrentan alguna situación muy complicada. Cuando advertimos que nuestros hijos no se sienten bien, que están más apagaditos o con bajo ánimo, podemos comenzar la búsqueda de esos inconvenientes y tratar de subsanar esas circunstancias que los hacen sufrir. Este estado, que puede afectar su apetito, puede provenir de varias fuentes: un ambiente poco amoroso en su hogar, desarmonía entre sus padres o los integrantes de la familia, angustia por alguna situación que lo está dañando y tantas más. Ellos son muy sensibles a su medio ambiente y serán afectados por cualquier situación incómoda, desagradable o de deshonra en  su contra.

Si al contrario, vemos que nuestros hijos corren, ríen, bailan, cantan y se desenvuelven vibrantes y felices hasta que llega la hora de comer, entonces el mensaje está muy claro. Están expresando una molestia que se relaciona más directamente con la tensión que se pudo haber instalado cada vez que llega la hora de comer.

Descartando problemas mayores, la tensión que se produce a la hora de la comida pudo haberse gestado en episodios esporádicos que se fueron acrecentando en el tiempo debido a la preocupación de los padres.  Es posible que en un inicio, el niño se resistiera a comer cierto tipo de alimentos porque su cuerpo está más conectado con su Ser Superior y tiene esa claridad para saber qué es lo que no necesita seguir ingiriendo.

Los niños pueden llegar a saber que ciertos alimentos no son tan nutritivos para ellos por contener un alto grado de componentes químicos que no son beneficiosos para su cuerpo, cosa que a los adultos se nos hace más difícil advertir. Algunas veces ellos necesitan dejar de tomar la leche u otro alimento por unos cuantos días porque su cuerpo tiene suficiente nutrición en ese aspecto y ya no lo necesita o requieren un reposo para eliminar sus excesos. Ellos saben mejor que nosotros lo que necesitan comer, pero nosotros creemos que es al revés.

Cuando un niño se siente satisfecho con algún alimento que ha sido muy repetitivo, puede negarse a injerirlo en forma natural. Los padres tienen la tendencia a creer que algo grave le pasa y por lo general acuden al médico de inmediato, el que también puede no advertir de lo que se trata en su profundidad. Si los padres se angustian mucho debido a esta situación, los niños lo sentirán también. Ellos, más que nadie, perciben absolutamente todas las energías que los adultos están emitiendo y sin ninguna duda que advertirán que existe algún problema con la comida. El niño no sabrá muy bien de qué se trata, pero entenderá que él tiene algún problema con la comida. Cuando el niño comienza a creer que tiene problemas con la comida, se producen trastornos y desordenes de la alimentación, como desear comer golosinas u picar a deshora.

En suma, dependiendo de la angustia de los padres, esta situación puede crecer y crecer a niveles muy traumáticos. Lo vi en mi familia, recuerdo que una de mis hermanas menores no quería comer en la cantidad deseada por mis padres y el solo hecho de presenciar la cantidad de energía negativa que se respiraba cada vez que le llegaba la hora de comer, hacia que hasta a mi me dieran ganas de correr y huir del lugar para nunca más volver. Para mis padres esto era manera de amarla, era una muestra de preocupación y cuidados, pero para mi hermana era una verdadera tortura que nunca hubiera querido vivir.

Los niños que están sanos y que se resisten a comer simplemente están expresando una verdad muy grande que hace algunos años leí en las palabras de OSHO: “El alimento para un ser humano no es la comida, sino el amor”. Esa frase me hizo comprender como los padres podemos confundir el deseo de ayudar a los hijos en su alimentación, con un deseo convulsivo de que querer alimentarlos aunque sea contra su voluntad.

Un niño normal que se resiste a comer puede volver a recuperar sus deseos de alimentarse normalmente cuando se vuelva a restablecer la armonía, la paz y el amor a la hora de sentarse a la mesa y enfrentar el plato de comida. La hora de comer puede transformarse en una agradable reunión, muy útil para comunicar el gran respeto que se tiene frente a ese ser humano pequeño, al igual que atendemos a un adulto invitado de honor a nuestra mesa. Podemos ofrecerle comidas diferentes, preparadas diferentes, adornadas con colores, aromáticas y en atrayentes platos, pero lo que es más importante, que sea servida y compartida con tanto amor que sea éste el verdadero alimento que estamos entregando. Este es el ingrediente principal.

No es difícil conquistar a un niño para saborear delicias preparadas  y servidas con amor. Podemos integrarlos en su preparación y también podemos aceptar sus opiniones al respecto. Podemos afinar el odio a percibir cuales son aquellos alimentos que el niño mas apetece de consumir y también comprender que es necesario variarlos de acuerdo a sus necesidades. Evidentemente que se requiere paciencia y tiempo, pero ese es otro asunto.

Patricia González
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domingo, 4 de marzo de 2012

El mundo de los niños pequeños


Cuando somos niños, somos capaces de ver un poco mas allá de lo que hacemos cuando somos adultos. Es posible que algunos adultos recuerden algunas escenas de su niñez conversando con seres sutiles como ángeles o gnomos. Hay personas que recuerdan haber visto los colores del aura de las personas y también hay adultos que recuerdan haber visto las manchas de la usencia de amor en los adultos que les generaba mucho miedo (yo recuerdo eso).

Cuando llegamos a este mundo lo hacemos en un alto estado de pureza y nos resulta muy fácil  vivir plenamente en el presente. Esa condición de vivir en el ahora nos permite tener una mirada más clara de la realidad y tenemos fácil acceso a la verdad. Algunos niños tienen la posibilidad de disfrutar de su mundo mágico por un buen tiempo y otros son rápidamente adaptados a la sociedad. Pero la gran mayoría de nosotros llegamos a la edad adulta sumergidos plenamente en lo que se supone que es la realidad, una realidad sin magia y donde solo existe la lógica.

Debido al condicionamiento que ya han adoptado los adultos, creamos la sociedad con todas sus reglas y normas. Rápidamente nos esforzamos por enfocar a nuestros hijos en la lucha por un lugar en este mundo y deseamos que abandonen sus alucinaciones lo más pronto posible. Tanto es así, que si un niño demora más de la cuenta en dejar de ver los colores de las auras de las personas o si sigue viendo “cosas raras”, lo llevamos al médico desesperados y los tratamos como enfermos. Al poco tiempo de tratamiento médico o terapias ya nos aseguramos de que esté normal, mirando tal cual miran todos los adultos (o la gran mayoría de ellos).

Un niño pequeño no tiene referencias para filtrar sus experiencias, él solo las vive. Todo lo que le dicen sus padres se convierte en su verdad, al extremo de que si le enseñan que robar es la única manera de vivir, él lo aceptará, solo porque sus padres así se lo dijeron.

Si la sociedad aun no puede superar la pobreza, las enfermedades, los sufrimientos y tantas otras cosas, es porque aun no hemos aprendido a alinearnos con la verdad. Podemos decir que los niños nos podrían enseñar cómo llegar allí con mucha facilidad, pero nosotros pensamos que ellos están enfermos. Quizás por eso Jesús dijo: “seáis como los niños”.

Los padres tenemos mucho que aprender de los niños y cada vez nos acercamos mas a ese momento en que dejemos de programar a nuestros hijos para que hagan y se comporten como nosotros les decimos que lo hagan, creyendo que si no nos obedecen ellos se verán perjudicados. No comprendemos que los más perjudicados somos nosotros  al no aprender de ellos.

Ellos saben que su lugar en el mundo está asegurado, no tienen miedo a experimentar, miran a todas las personas con amor, no tienen prejuicios y creen todo los que les decimos. Los padres nos convertimos en su máxima referencia y jamás dudan de que eso que les estamos transmitiendo sea un error, aunque a veces les resulte muy doloroso de aceptar y aun en medio de su sufrimiento lo aceptarán.

Solo cuando llegamos a la edad adulta y no nos agrada ver los resultados de todo lo que hemos creado en base a lo que nos enseñaron, logramos advertir que nuestros padres estaban equivocados.  Cuando nos damos cuenta de esto, podemos pasar por una tristeza inmensa, por mucha rabia, por una negación a perdonar, pero en suma, la tarea es dejar de ensañar lo que aprendimos de la sociedad a nuestros hijos. Este proceso no es motivo de sufrimiento, más bien es un motivo para sentirse muy dichosos. El mundo será mejor cada vez que un ser humano concluye que lo que aprendió puede ser mejorado y el mundo quedará más feliz después de su aporte. Eso es el amor. Por eso cada Ser que viene a este mundo tiene un papel de vital importancia en la evolución y por eso este mundo quedará mejor después de su partida.

En todas las etapas de nuestra niñez somos directamente influenciados por nuestra madre (o la persona que cuida de nosotros). Ella nos revela el mundo y si el mundo de nuestra madre se encuentra afectado por la angustia, el temor o la rabia, esto será traspasado a su hijo en forma directa. El niño pequeño puede enfermar solo por estar en ese ambiente. Si un adulto enferma cuando cree encontrarse en un ambiente hostil, el niño también se enfermará cuando el mundo hostil de su madre le sea mostrado. Por esta razón, un niño puede recuperase de sus enfermedades solo con la recuperación del equilibrio emocional y espiritual de su madre. Ellos experimentan un desequilibrio cuando los alejamos de la verdad y lo recuperan cuando los alineamos al amor. Nadie puede enfermar cuando vivimos plenos y felices.

Como padres podemos facilitar la vida y el desarrollo de nuestros hijos. El amor a nuestros hijos nos guía siempre. El amor nos puede informar claramente si vamos enfocados o no a la verdad de la vida. La felicidad en el rostro de nuestros hijos será la mejor prueba de que así está sucediendo.

Patricia González
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